jueves, 18 de septiembre de 2014

Pasteur y la generación espontánea

¿Cuántos de vosotros creéis en la generación espontánea? O sea, en esa teoría que dice que la vida simplemente... aparece. Lo vivo se genera a partir de lo inerte. Si habéis ido a clase, os habrán enseñado que los seres vivos se reproducen, y es así, y solo así, como se genera nueva vida. Por tanto la vida sale de la vida. Sin embargo, aunque esta es la “teoría oficial”, todos creemos que la vida se originó en algún momento, necesariamente a partir de algo inerte, y no lleva existiendo desde siempre. Así pues, por absurda que nos pueda parecer la generación espontánea, lo cierto es que creemos en ella aunque sea en un sentido reducido: de alguna forma, hace 4000 millones de años, se creó vida en la Tierra, y luego ya dejamos a la reproducción y a la evolución actuar.

Pero esta visión no ha sido siempre la hegemónica: este debate estaba de moda en la Francia del siglo XIX. Los libros de texto modernos nos dicen que fue entonces cuando Pasteur hizo unos experimentos que refutaron por siempre la generación espontánea. El principal defensor de esta teoría por aquel entonces era un tal Pouchet. Veamos cómo fue la discusión.

Pouchet realizó unos experimentos en los que metía infusiones de heno en vasijas, sumergidas a su vez en un depósito de mercurio, cosa que impedía que las vasijas se contaminaran con aire exterior. Si los experimentos se realizaban al vacío, entonces no se generaba vida, pero este no era el punto en cuestión. El tema era: cuando hay aire, se genera vida. ¿Esto se debe a que ya hay vida (microorganismos) en el aire, o a que el aire contiene las sustancias (no vivas) que permiten generar vida?

Así pues, había que introducir aire purificado (sin vida) en las vasijas, para ver qué sucedía. Si no pasaba nada, no había generación espontánea. Si se generaba vida, sí, puesto que habría surgido de sustancias inertes. Pouchet encontró que se generaba vida.

Pasteur no creía en la generación espontánea y no se creyó esos resultados. Le dijo a Pouchet que su aire estaba contaminado, seguro. Y por eso había surgido vida, porque ya estaba ahí de entrada. Así que, ni corto ni perezoso, se dispuso a repetir esos experimentos de forma extremadamente cuidadosa, para demostrar que la supuesta generación espontánea de Pouchet se debía a un procedimiento experimental inadecuado. Esto fue lo que nos dijo:

«... no publiqué esos experimentos, pues las consecuencias que necesariamente había que sacar de ellos eran demasiado graves para que no sospechase que había alguna causa oculta de error a pesar del cuidado que había puesto en que fuesen irreprochables»1

Dicho de otra forma, que no veía ningún error experimental, pero le daba igual. No podía aceptarlo y punto. Obtenía vida en el 90 % de los casos, pero simplemente no podía ser. Más tarde dijo que lo que estaba contaminado era el mercurio, y no el aire. Cualquiera diría que estaba buscando excusas. En cualquier caso, esta es una forma habitual de hacer ciencia: las convicciones del científico le guían hacia lo bueno y lo malo. Incluso en un experimento aparentemente irreprochable, sus creencias le hacen pensar simplemente que algo está mal, aunque no sabe qué. Queda claro pues, que no todo en la ciencia son los experimentos. Si hubiera sido así, tal vez la refutación de la generación espontánea no hubiera llegado hasta mucho más tarde. Pero Pasteur era testarudo, y yo me reservo para otra entrada la resolución del conflicto.

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1. Citado de Harry Collins y Trevor Pinch. El gólem : Lo que todos deberíamos saber acerca de la ciencia. Crítica, Barcelona, 1996. P. 104.

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