sábado, 28 de febrero de 2015

La causa final

Volvamos a hablar de la Revolución Científica. Ya os comenté que después de esta etapa el mundo es matemático, lo que hace que la física también lo sea. Otra de las novedades introducidas en esta época tiene que ver con lo que es una explicación aceptable, con cuáles son las causas de los fenómenos. En particular, se abandona la llamada “causa final”. Veámoslo.

En el siglo XVI, un señor llamado Benedetti nos dice que Aristóteles no debería haber declarado que un cuerpo es más rápido cuanto más se acerca a su meta, sino más bien que el cuerpo es más veloz cuanto más se aleja de su punto de partida.

¡Pero si es lo mismo! ¿No? Pues no. No en vano Benedetti dice explícitamente que Aristóteles no debería decir lo que dice, sino que lo debería decir a su manera, aunque parezca lo mismo. ¿Cuál es la diferencia, entonces? La causa final: el objeto se pone en movimiento en una cierta dirección, que no es lo mismo que ir hacia una meta. Por eso habla Benedetti del alejamiento del móvil respecto del punto de partida, y no del acercamiento al punto de llegada: porque el movimiento del objeto está determinado por su estado pasado, y en ningún caso por su estado futuro.

¡Qué fino! Y además nos parece muy lógico eso de que el movimiento no dependa del futuro, ¿cómo va a ser eso posible? No hay lugar para elementos teleológicos: las causas son, por definición, cosas que suceden antes que el efecto. 

Explicar un fenómeno, precisamente, a menudo consiste en describir sus causas. Esto es así también para Aristóteles, la diferencia estriba en que él tiene un concepto de causalidad (o, dicho de otra forma, de factores a los que se puede invocar en una explicación) mucho más amplio que el nuestro. Aristóteles habla de cuatro tipos de causa: material (para explicar cómo se hace una estatua de bronce, necesitamos decir de qué está hecha), formal (el bronce no tiene cualquier forma, se trabaja de una determinada manera), eficiente (el agente desencadenador del proceso, el escultor) y final (el objetivo, el propósito, el "para qué" se esculpe).

Así pues, la causa final está en la mente del escultor. ¿Está diciendo Aristóteles que solo hay causa final en la construcción de artefactos? ¿O acaso Aristóteles cree que hay una mente que decide en la naturaleza? No, lo que pasa es que hemos puesto solo un ejemplo. La naturaleza no delibera. Lo cual no significa que los procesos naturales no tengan fines; los tienen, pero son inmanentes (propios) a los objetos mismos. Podemos ejemplificar este punto explicando algunas ideas de la filosofía natural aristotélica.

Nuetro filósofo observa que en la naturaleza los elementos pesados tienden a caer, mientras que otros como el fuego o el aire son ligeros. Partiendo de la base de que todo (en la región sublunar) está formado por los 4 elementos (tierra, agua, aire y fuego), Aristóteles les asigna a los dos primeros un movimiento natural rectilíneo hacia abajo, y a los dos últimos un movimiento rectilíneo hacia arriba. La Tierra está en el centro del universo porque está formada principalmente por tierra, y el lugar natural de ésta es el centro del universo. Una piedra, por sí sola, tenderá a ir hacia el centro de la Tierra, solo un movimiento violento la alejará de su tendencia natural, a la cual volverá de nuevo mediante su movimiento natural de caída. Vemos, por tanto, que hay un orden en el cosmos: las cosas tienden de forma natural a un estado determinado, solo la violencia obstaculiza este camino. Vemos, pues, que esta idea de finalidad está bien presente en el cosmos aristotélico, y está en las propias cosas, en su naturaleza, no en una inteligencia ordenadora.

¿Cómo va a ser producto del azar todo el orden observado en la naturaleza? Aristóteles critica la visión de que los fines en la naturaleza sean fruto de una mente o inteligencia, pero llega a decir que esta postura parece la de un hombre sobrio al lado de la de los (ebrios) atomistas que hablan solo de azar. Razonemos: las cosas orgánicas crecen como crecen con algún propósito (porque tienen una función) o bien por azar. Lo azaroso es irregular, pero lo orgánico es regular. Por tanto, el desarrollo de las cosas orgánicas tiene un fin: los dientes crecen como crecen para poder masticar bien. No por azar. No se entiende el crecimiento de un niño sin la idea del hombre adulto en la mente. El niño crece para llegar a ser adulto. En su crecimiento está la causa final de llegar a ser hombre, está ese modelo a lograr tras completar el proceso. Sin ese modelo, ¿cómo se entiende que el niño crezca precisamente así y no de cualquier otra forma (azarosa)?

Ojo, que no todo debe tener una causa final. De hecho, Aristóteles explica que un eclipse de luna, por ejemplo, no tiene ningún propósito. Como hemos dicho al principio, explicar un fenómeno consiste en describir sus causas. Podemos invocar hasta cuatro factores distintos en esa explicación, pero no es necesario invocarlos a todos, y no siempre estarán presentes.

Podemos concluir, pues, que el finalismo es un elemento esencial de la teoría aristotélica, que está impregnada de él. No solo en filosofía natural, también en ética o política, puesto que el hombre también tiene sus fines y propósitos en sus acciones. Lo más notable es que, a pesar del barrido que suposo a las concepciones aristotélicas la Revolución Científica, aún hay muchos elementos aristotélicos en nuestras ideas más elementales y cotidianas sobre el mundo ("la naturaleza es sabia, no hace nada en vano"), en particular, precisamente, esta idea de causa final, que se resiste también a abandonarnos del todo en física (frases como “el sistema quiere llegar al equilibrio” no son raras de escuchar).

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