miércoles, 23 de julio de 2014

El principio de inercia, o cómo algo absurdo puede llegar a ser evidente

Y ahora ya sí, la primera entrada de verdad del blog. Después de la presentación, toca pasar a las “cosas serias”. Y ya que quiero hablar de cosas que he aprendido, qué mejor que empezar por el primer tema que estudié con profundidad cuando hice historia de la física: los orígenes del principio de inercia.

El principio de inercia (o primera ley de Newton) está hoy totalmente aceptado, de hecho, se considera un conocimiento científico básico y se enseña en las escuelas. Es aquel enunciado del libro que dice que si sobre un cuerpo no actúan fuerzas (o la suma de las fuerzas es cero), el cuerpo permanece en su estado de reposo o movimiento rectilíneo uniforme (o sea, a velocidad constante, siempre en la misma dirección). O sea que un cuerpo que se mueve en línea recta siempre a la misma velocidad no necesita que nada lo empuje. Se mueve solo. Si a nosotros nos parece que sí es necesario empujar algo para que se mueva, es porque en realidad hay otra fuerza que se opone a la nuestra, resultando en una suma de fuerzas igual a cero que permite el movimiento. Cuando dejamos de empujar, queda solo la fuerza que se oponía a la nuestra, que al actuar ella sola, rápidamente frena al objeto en cuestión.

Este principio fue formulado más o menos como lo explicamos hoy por Newton en el siglo XVII. Antes de él, ya fueron muchos los filósofos y científicos que se aproximaron a esta idea desde diferentes puntos de vista: en los libros de ciencias se suele citar a Galileo; en los de filosofía, a Descartes (parace que cada uno barre para casa), pero lo cierto es que otros señores como Gassendi o Torricelli también escribieron esta ley. Pero no fue hasta la publicación de los Principia (la obra más conocida de Newton) cuando el principio de inercia quedó claramente aceptado en el mundo occidental. Y así, hasta hoy. La física ha cambiado desde entonces, pero el principio de inercia sigue siendo fundamental.

Surge inmediatamente una pregunta: y antes de Newton, ¿qué? ¿Qué se pensaba sobre el movimiento? Pues básicamente la teoría hegemónica para el movimiento (y prácticamente para cualquier cosa) en la Europa antigua y medieval era la de Aristóteles. Según este filósofo, todo movimiento necesitaba de un motor, dicho de otra forma, no hay movimiento sin fuerza, y por tanto no hay lugar para ningún principio de inercia. La influencia de la teoría aristotélica en nuestra cultura hizo que tardáramos mucho en “cambiar el chip” y pasar a creer que los cuerpos tienen inercia.

Alguien podría pensar que si Aristóteles no hubiera existido, si no “nos hubiera molestado” durante tantos años con su “errónea” concepción del movimiento, quizás alguien mucho antes de Newton hubiese formulado el principio de inercia y, a partir de aquí, la mecánica clásica, y ahora podríamos estar “300 años por delante en el tiempo, 300 años más avanzados en el progreso científico”, siendo muy humildes, porque Aristóteles era del siglo IV a.C. y Newton del XVII. Quizá sí. Pero no está escrito en ningún sitio que los caminos de la historia sean lineales. De hecho, en China, en el siglo V a.C., encontramos este texto:

“El cese del movimiento se debe a una fuerza externa. Si no hay fuerza opuesta, el movimiento nunca se detendrá.”1 Más de 20 siglos antes que Newton, algunos chinos ya conocían el principio de inercia. Pero no era gran cosa: “Esto es tan cierto como que una vaca no es un caballo”2. Era trivial.

Conocimiento trivial que costará más de dos mil años de entender a la civilización occidental, que sólo muy gradualmente irá abandonando el aristotelismo hasta llegar a formular el principio de inercia. Y esto no lo digo para que ahora tengamos todos complejo de inferioridad, sino para que nos demos cuenta de que, a pesar de todo, los chinos no formularon la mecánica clásica. Ya veis, no hace falta que le tengamos mucha manía a Aristóteles. De hecho, con Einstein el principio de inercia también padecerá una revisión, de modo que más que teorías erróneas y correctas, lo que tenemos son diversas interpretaciones sobre el mismo concepto (el movimiento), que se adaptan mejor o peor a nuestra forma de pensar en cada época. El hecho de que algo evidente para una civilización no lo sea en absoluto para otra muestra el carácter subjetivo del conocimiento científico. De hecho, para más inri, Aristóteles llegó a intuir el principio de inercia, pero lo consideraba absurdo. Entre la absurdidad y la trivialidad, antes de pensar que los chinos eran muy listos y Aristóteles idiota, tal vez sea más sensato pensar que el principio de inercia es eso, un principio, un axioma, indemostrable, y por tanto que sea trivial o absurdo dependerá de nuestra voluntad de creérnoslo.
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1. Citado de SOLÍS, Julio Ernesto. 1999. "¿Es atribuible a Galileo el principio de inercia?". ContactoS, No. 31, p. 47.
2. Ibid., p. 47.

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